CALLES VACÍAS.
Sucedió una sombría tarde de Marzo. Como una incipiente nube
de tormenta. Se acercaba, poco a poco, desde Oriente, desde la milenaria tierra
de los emperadores. Como silencioso e invisible enemigo. Una oscura tarde de naciente
y cálida primavera nos heló la sangre como el más cruel de los inviernos. Sólo
el silencio y el miedo transitaban por las calles. Calles que se tornaron
vacías.
Sólo el canto de pájaros nos hacía sentir que fuera de
nuestros muros seguía habiendo un mundo bello afuera. Nosotros, orgullosos
humanos, nos sentíamos los amos del mundo. Y, de repente, el enemigo más
pequeño y humilde nos ponía de rodillas. Había apretado el botón de pausa en
nuestra alocada vida. Comenzamos a percibir las más pequeñas cosas como los
paseos al alba o las cervezas al sol como los más grandes tesoros.
Nuestra rutina y cotidianidad, de las que tantas veces
tantos renegábamos quedó reemplazada por un forzado encierro en nuestras cuatro
paredes. Nos obligamos a sólo ver a nuestros seres queridos a través de
pantallas. A sólo ver multitudes desde los lejanos balcones en el cercano aplauso
de esperanza de las ocho, a aplaudir aquella sentida soflama sin palabras y
ecos de canciones apelando a la valentía frente a las calles vacías.
Las horas se hicieron días. Los días se hicieron semanas.
Las semanas se tornaron meses. Y mientras cada día más voces se acallaban y
ojos se cerraban en una cruel y solitaria letanía. Lágrimas solitarias y
miradas incrédulas, mientras palacios de hielo se convertían en glaciales
necrópolis. Ejércitos de guerreros sin fusiles luchaban con heroico coraje
contra el enemigo. Pequeñas personas antes invisibles se convirtieron en
grandes titanes cuya labor nos hacía más soportable el recogimiento.
Pero volveremos a insuflar vida a nuestras calles vacías.
Las risas de los niños volverán a resonar, nos volveremos a encontrar, nos
volveremos a besar sin nuestros labios separados por barreras de tela, a darnos
abrazos sin incómodas mamparas de distancia. Volveremos a soñar, con
atardeceres de verano y la caricia del viento en nuestras mejillas. Ese
minúsculo enemigo nos habrá robado meses de nuestra vida, pero nos ha
despertado de nuestra cómoda y frágil monotonía, de darnos cuenta de lo
verdaderamente importante. De valorar las pequeñas cosas, los gestos simples,
las sonrisas sinceras.
Volveremos, y no sólo por nosotros, sino por todos aquellos,
de todas aquellas voces acalladas, de todas esas historias injustamente
acabadas, por todos aquellos sueños que se llevó el viento. Volveremos.